viernes, 18 de enero de 2013

Capítulo 1


 
Barcelona, 9 de Abril de 2012

El portazo sonó como a desgracia. Como cuando un fuerte golpe te sobresalta y no sabes exactamente que es lo que ha pasado, pero temes lo peor. Una voz castigada por el excesivo consumo de alcohol la distrajo de sus catastróficos pensamientos:

-          ¡Eh! ¿pretendes hacer la puerta giratoria? Joder… más cuidado- dijo Antonio sentado detrás de la especie de mostrador en el que siempre se le podía encontrar- Algún día vais a matarme de un infarto… Ya lo creo que sí.

Antonio era su portero. El único que habían tenido en la escalera. No tenía familia. En cierto modo, sus familiares eran los vecinos. A Irene le encantaba su piso, era precioso. La fachada tenía cientos de años pero se conservaba impoluta. Recordaba a las fachadas de las casas parisinas y las barandillas de los balcones parecían obras de arte. Desde fuera, uno tenía la sensación de que allí dentro tenían que vivir personas con vidas apasionantes; artistas, bailarines, actores, coleccionistas ostentosos… Se encontraba en pleno Paseo de Gracia y tenía unas maravillosas vistas a La Pedrera. Era todo lo que había soñado. Pero siempre había pensado que la portería era uno de los sitios más siniestros que ella había visto. Había un pasillo enorme con espejos a ambos lados para dar una sensación de mayor espacio pero en realidad, la portería era un pasillo larguísimo de dos metros de ancho. La luz de la calle solo llegaba hasta la mitad del pasillo. Con lo cual, Antonio, que tenía su mostrador al final, presidiendo la portería de las sombras, siempre se encontraba entre la penumbra. Lo que resultaba más tétrico, era que el pobre hombre era cojo, le faltaba un brazo y llevaba una especie de bata azul, llena siempre de manchas. Odiaba profundamente tener que ver esa escena cada día para acceder a su acogedor hogar. No le gustaba ese portero y se sentía mala persona por no quererlo como el resto de vecinos. Pero ella no era igual que los demás. No se compadecía de nadie nunca, lo consideraba el peor de los desprecios. Y consideraba que si ese hombre no era competente, debía ir a la calle y que eso debería hacerle sentir mejor en realidad.
Hizo caso omiso de sus quejas,  y sin mediar palabra, respondió con otro portazo  al cerrar la puerta del ascensor. Una vez dentro sintió por primera vez compasión por Antonio. Se miró en el espejo del ascensor. Vio su cara pálida que contrastaba con el morado de las ojeras que hacía semanas le acompañaban y con el maquillaje negro que las lágrimas habían arrastrado de sus ojos verdes, apagados, hasta las mejillas, que habían perdido todo su color. El pelo le caía sobre los hombros sin forma, sin vida y sin brillo. De repente su melena rubia, que siempre le había resultado envidiable, le parecía la de una de esas chicas de barrio con el pelo oxigenado, tan artificial, tan de plástico, que carecía de movimiento. Pensó que parecía un cuadro de arte abstracto y entendió porqué Jaime la había dejado. Se compadeció de si misma y eso le hizo preguntarse dónde llora Antonio cuando se siente mal, y se imaginó tener que hacerlo en un colchón mugriento, sin nada de luz y con vecinos pesados interrumpiéndola todo el rato y sintiéndose buenas personas por hacerle el favor de tenerla a su servicio.
 

Entró en su hogar, en el que se sentía protegida. Un extenso comedor con ventanales enormes que daban a la calle más bonita de Barcelona la recibió con los brazos abiertos. Se quedo mirando unos segundos su maravillosa decoración. Los muebles blancos, señoriales, que parecían comprados en una tienda de antigüedades, contrastaban con el morado vivo de las paredes. El brillo del suelo de madera reflejaba los colores de todos los objetos que había en el salón. Colores vivos y en perfecta sintonía. En su salón, todo combinaba. Eso la hacía sentirse bien. Las nubes cubrían todo el cielo y habían empezado a caer las primeras gotas.

De repente, el silencio de la habitación le hizo sentirse incómoda y decidió encender la radio mientras se ponía el que iba a ser su uniforme todo el fin de semana, el pijama. Someone like you de Adele sonaba recordándole su drama personal. Se dirigió al borde de la ventana, se sentó y se sujetó de las rodillas con los brazos mientras observaba cómo los viandantes corrían a refugiarse de unas inofensivas gotas. Sintió envidia por ellos, preocupados por algo tan insignificante.

Se sentía triste pero le gustaba que el entorno le acompañara; la lluvia, la música, la compasión por Antonio, que no era más que un reflejo de la compasión por sí misma… Era como si el mundo se hubiese puesto de luto sólo porque ella se sentía mal. Odiaba llorar en días soleados y con risas de fondo. No le gustaban los contrastes.

Y fue entonces cuando el teléfono la distrajo de sus pensamientos y una sensación desagradable en el estómago le hizo presentir una mala noticia. Por alguna razón, sabía que no era Jaime quien la llamaba para pedirle disculpas…

-          ¿Si?- Contestó, intentando disimular el hecho de que había estado llorando.

-          Irene… ¿Sabes quién soy? – Preguntó una voz masculina, familiar pero que no lograba ubicar.

-          Eh… no, lo siento. ¿Quién eres?

-          Soy Marcos… Sé que hace mucho que no hablamos –titubeó- pero es que ha ocurrido algo…

-          ¿Cómo has conseguido mi número? ¿Qué ha pasado? – Preguntó sin dar crédito.

-          Te lo contaré todo, pero eso ahora es lo de menos. Alan ha muerto, se ha tirado a la vía del tren… Yo no sabía que estaba tan mal. Me habían dicho que estaba rallado, que no había superado bien… pero no sabía que hasta ese punto Irene- la voz se le empezó a quebrar

Irene soltó el teléfono mirando fijamente a un trozo de foto que asomaba de entre cientos más de Jaime y ella, que tenía en el corcho que adornaba el comedor.  Se dirigió hacia él, la salvó de ese santuario del amor, mientras su nombre resonaba al otro lado del teléfono y la miró fijamente. La cara sonriente de todos sus amigos, entre ellos Alan, le provocó un dolor tan real en el corazón, que se llevó la mano al pecho. Ahora se sentía ella como esos viandantes bajo las gotas de lluvia.



* Someone like you de Adele

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